4/8/17

EL FRANQUISMO Y LA ACADEMIA (2ª PARTE)

CONTINUACIÓN...

Miguel de Unamuno

Es entonces, cuentan los testigos, cuando a Unamuno le cambia la cara. El anciano aprieta las manos. Se busca en los bolsillos. Allí encuentra una carta de Enriqueta Carbonell, esposa de Atilano Coco, pastor protestante detenido en los primeros meses de la guerra. Unamuno se había llevado la carta para entregársela a Carmen Polo y tratar de conseguir que la petición de clemencia llegue hasta Franco. Ahora, nervioso, toma el papel y garabatea en el reverso algunas anotaciones. Escribe: “Guerra incivil”. Escribe: “Catalanes y vascos”. Escribe: “Vencer y convencer”. Escribe: “Cóncavo y convexo” (esto último no lo llegó a utilizar).

Cuando José María Pemán termina su discurso, el todavía rector de Salamanca se pone de pie. Las palabras que siguen varían según las fuentes. La versión que da Andrés Trapiello en Las armas y las letras es, tal vez, una de las más completas. Según Trapiello, el silencio que se hizo fue profundo.

José María Pemán

“Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. Callar, a veces, significa mentir, porque el silencio puede interpretarse como aquiescencia. Había dicho que no quería hablar, porque me conozco; pero se me ha tirado de la lengua y debo hacerlo. Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo he hecho otras veces. Pero no, la nuestra solo es una guerra incivil. Nací arrullado por una guerra civil y sé lo que digo. Vencer no es convencer y hay que convencer sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión; el odio a la inteligencia, que es crítica y diferenciadora, inquisitiva, mas no de inquisición.

Quisiera comentar el discurso (por llamarlo de alguna forma) del profesor Maldonado. Dejemos aparte el insulto personal que supone la repentina explosión de ofensas contra vascos y catalanes. El obispo, quiera o no, es catalán, nacido en Barcelona, para enseñaros la doctrina cristiana, que no queréis conocer, y yo que, como sabéis, nací en Bilbao, soy vasco y llevo toda mi vida enseñándoos la lengua española, que no sabéis. Eso sí es Imperio, el de la lengua española, y no…”


Llega en ese momento la interrupción de Millán Astray. El tuerto se levanta. Comienza a golpear la mesa con su única mano y grita: “¿Puedo hablar? ¿Puedo hablar?”. Hecho una furia, culmina su discurso con el lema de la legión: “¡Viva la muerte!”. La audiencia jalea. Unamuno prosigue:

“Acabo de oír el grito necrófilo y sin sentido grito de ¡Viva la muerte! Esto me suena lo mismo que ¡Muera la vida! Y yo, que me he pasado toda la vida creando paradojas que provocaron el enojo de losque no las comprendieron, he de decirles, como autoridad en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente […] ¡Y otra cosa! El general Millán-Astray es un inválido. No es preciso decirlo en un tono más bajo. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no sirven como norma.

Miguel de Cervantes Saavedra

Desgraciadamente hay hoy en día demasiados inválidos en España. Y pronto habrá más, si Dios no nos ayuda. Me duele pensar que el general Millán-Astray pueda dictar las normas de psicología de las masas. Un inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era un hombre (no un superhombre) viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido, como dije, que carezca de esa superioridad del espíritu, suele sentirse aliviado viendo cómo aumenta el número de mutilados alrededor de él.”

Se produce en ese instante la segunda y definitiva interrupción del legionario, quien suelta su frase: “Muera la inteligencia”. Hay quien dice que sus palabras fueron otras: “¡Mueran los intelectuales!”. O tal vez: “¡Muera la intelectualidad traidora!”. Para algunos apólogos, la misma idea expresada de otras formas resulta de algún modo menos brutal. Al oírle Unamuno se enerva y llegan sus palabras finales, minutos antes de que el acto termine prácticamente a golpes.

 Carmen Polo, Miguel de Unamuno, el obispo Enrique Pla i Daniel y el general MIllán-Astray

“Éste es el templo de la inteligencia, y yo soy su sumo sacerdote. Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país".

"Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir, necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España”.


De nuevo tenemos para esto casi tantas versiones como testigos. Hay quien dice que el viejo salió casi en volandas, perseguido por los falangistas. En los últimos años, una serie de historiadores ha negado que Unamuno corriera peligro. 

Lo cierto, sin embargo, es que incluso una versión tan poco sospechosa de izquierdismo como la que daba el propio Millán-Astray días después de lo ocurrido refleja la atmósfera reinante:

Carmen Polo de Franco

“Al terminar, la Señora del Jefe del Estado salía sola y entonces me dirigí al señor de Unamuno y le dije: “Señor Rector: dé usted el brazo a la Señora del Jefe del Estado y acompáñela hasta la puerta a despedirla”. Él así lo hizo. Yo fui detrás. Luego supe que los estudiantes jóvenes y principalmente los falangistas, si no hubiese sido por que iba del brazo de la Señora del Caudillo e ir yo mismo trás ellos, quizás hubiesen tomado alguna medida violenta contra el señor Unamuno.”

Normalmente aquí suele terminar el relato. La verdadera historia, en cualquier caso, comienza en este mismo punto. Es el fin del viejo. Esa tarde, cuando acude a su tertulia en el Casino, sus compañeros le dan la espalda y lo insultan. Un día después, 13 de octubre, el Ayuntamiento aprueba su destitución como concejal. El 14 de octubre, el claustro de la Universidad de Salamanca decide retirarle la confianza. Es el mismo claustro que en enero de ese año había propuesto a Unamuno como candidato al premio Nobel de literatura. El 28 de octubre es cesado oficialmente.


En palabras de su biógrafo, Jon Juaristi, el ya ex rector se convierte en prisionero de Salamanca. No vuelve a poner un pie en la calle. “He decidido no salir ya de casa desde que me he percatado de que al pobrecito policía esclavo que me sigue –a respetable distancia– a todas partes, es para que no escape –no sé adónde- y así me retenga en este disfrazado encarcelamiento como rehén de no sé qué, ni por qué ni para qué”.

Millán Astray es todavía hoy conocido por haber fundado la legión. Muy pocos saben que también fue el fundador de Radio Nacional de España. No hablamos solamente de un militar, sino de un ideólogo y propagandista.

Francisco Franco y Millán Astray en el acto fundacional de la Legión.
Francisco Franco y Millán Astray en el acto fundacional de la Legión

En cuestión de semanas sus amigos dejan de visitarle. Ser visto en su compañía se convierte en motivo de sospecha. Dos meses más tarde, el 31 de diciembre, día de Nochevieja, hacia las cinco de la tarde, muere en Salamanca Miguel de Unamuno y Jugo, escritor, filósofo, diputado en Cortes, rector perpetuo. Al día siguiente, primero de enero, se reúnen en un velatorio los mismos catedráticos y falangistas que lo habían defenestrado. Estos consiguen apropiarse del féretro para enterrarlo como si fuera uno de los suyos. Ese día el nieto del ex rector salía corriendo mientras gritaba a sus padres: “Se llevan al abuelo, a tirarlo al río”.

El féretro de Unamuno portado por falangistas

La depuración

Todo esto lo cuenta el historiador Jaume Claret Miranda en su libro El atroz desmoche. La destrucción de la Universidad española por el franquismo, 1936-1945. En realidad, el incidente de Salamanca es apenas una de las muchas cosas, ni siquiera la más grave, de las muchas que se detallan en este libro. Con una bibliografía y una documentación que solamente se puede considerar abrumadora, Claret Miranda recorre un episodio silenciado y oculto durante décadas, nunca antes contado en su totalidad. Su libro, basado en la tesis del autor, es estudio minucioso y pormenorizado, universidad por universidad, centro por centro (Salamanca, Valladolid, Zaragoza, Santiago de Compostela, Oviedo, Sevilla, Granada, Barcelona, Madrid, Valencia y Murcia), de un exterminio intelectual: el plan de liquidación de cualquier rastro de disidencia por parte del régimen de Franco.

Bernardo Pérez, maestro republicano fusilado en Fuentesaúco - Zamora

Como escribe en su prólogo el historiador Josep Fontana, el choque entre Millán Astray y Unamuno posee un valor metafórico. “Cuando se habla del ‘¡Mueran los intelectuales! que José Millán Astray pronunció el 12 de octubre de 1936 en Salamanca se suelen interpretar sus palabras como el exabrupto de un militar temperamental. Lejos de ello, representaba la expresión sincera de un punto fundamental del programa de los sublevados de 1936”. Al recordar el incidente corremos el riesgo de quedarnos con una imagen banal o caricaturizada de Millán-Astray, la de un malvado de cartón piedra, un villano de opereta que grita y bufa como un mastín enloquecido. A ello contribuyen sin duda sus discursos exaltados, su sangriento historial y su imagen poco menos que siniestra.
José Millán-Astray y Terreros

Su biógrafo, Luis E. Togares, quien no se esfuerza demasiado en disimular la admiración que le suscita el personaje, lo describe así: “Su imagen, de uniforme, tuerto y manco, con el pecho repleto de condecoraciones, la mirada fría de su único ojo, como perdida, y la tez cetrina y cadavérica, resultaba la misma imagen de la muerte en combate, la imagen subyugante de la guerra”. No obstante, según cuenta el libro de Togares, quizás la mayor contribución de Millán Astray a la historia de España no sea ni su enfrentamiento con Unamuno ni la fundación de la Legión, sino su apoyo decidido al nombramiento de Franco como jefe de los Ejércitos.

Franco y Millán-Astray

El Polifemo del Rif (según el terriblemente cursi apodo que acuñó la prensa franquista) hizo todo lo posible por promocionar a su viejo compañero de batallas en África. Como insiste Fontana, no está de más recordar que pocas semanas después del episodio en Salamanca, Franco nombró a Millán Astray jefe de la Oficina de Prensa y Propaganda, y que ya unas semanas antes el tuerto había sugerido la inserción obligatoria en todos los periódicos del lema “Una Patria, un Estado, un Caudillo”, copia casi literal del "Ein Volk, ein Reich, ein Führer" de Hitler.


El Día de la Raza no fue la única vez que Millán Astray habló de acabar de raíz con todo rastro de disidencia. Lo haría de nuevo una semana más tarde, el 18 de octubre, escribe Jon Juaristi, durante la inauguración de un cuartel de requetés, “amenazando con fulminar a los intelectuales desafectos a la rebelión”. ¡Muera la inteligencia! no era un grito descontrolado, sino el anuncio exacto de lo que iba a suceder en los años siguientes. En la universidad, aquello fue llamado “el atroz desmoche”. La expresión se la debemos nada menos que a Pedro Laín Entralgo, uno de aquellos falangistas arrepentidos, quien en su Descargo de conciencia, publicado tras la muerte de Franco (en 1976), afirma: “…se acometía la empresa de la reconstrucción intelectual de España –tan urgente, después del atroz desmoche que el exilio y la depuración habían creado en nuestros cuadros universitarios, científicos y literarios”.


¿Cuántos cerebros fueron desmochados? Poner números a la llamada depuración es tarea imposible. Según Jaume Claret, en cada territorio “la autoridad militar correspondiente, con la colaboración de fuerzas vivas, adoptaba una serie de medidas provisionales en el ámbito educativo con el objetivo de purgar a los elementos republicanos y de izquierdas y devolver el control a los elementos católicos y de derechas”. La purga alcanzaba todos los niveles. Se calcula, por ejemplo, que hacia 1937 ya eran 50.000 los maestros expedientados. Hacia marzo de 1939, el ministro franquista Sainz Rodríguez cifraba en 1.101 los docentes universitarios depurados. Son las estimaciones del régimen. Desde el otro lado, los republicanos en el exilio estimaban que cerca de un 40% del profesorado universitario se vio afectado.


En los discursos de la época, los propagandistas de Franco describen la aniquilación como un pasaje bíblico: “La espada de nuestro caudillo trazó, en un amanecer ardiente de julio, la divisoria entre dos mundos irreconciliables, entre el reinado del error y el imperio de la verdad… Y como en todo trance de creación, nuestra Patria revivió en el alumbramiento de un orden nuevo, el augusto dolor de su gloria y mística maternidad”. Dentro de la universidad, la guerra civil tuvo efectos similares a los de la bomba atómica. A la destrucción inicial habría que sumarle los daños causados por varias décadas de radiaciones. Incluso puede que algunos claustros no se hayan librado todavía hoy de la contaminación. Ello explicaría, en opinión de Josep Fontana, el –digamos– escaso interés hacia este episodio. “¿A qué puede deberse esta diferencia entre la forma en que se ha investigado la tragedia de los maestros y el silencio acerca de lo que sucedió en las universidades? La razón esencial es que la universidad franquista no se renovó después de la transición y optó, para disimular, por callar y esconder su pasado”.


Los claustros universitarios, explica Claret, se vieron profundamente afectados tanto por las consecuencias directas –exilio, muerte y represión del profesorado– como por las indirectas –nuevas adjudicaciones de vacantes, interferencias políticas o equilibrios entre los intereses de las familias ideológicas. Todo ello “de resultas de una política que propugnaba la necesidad de entrar a sangre y fuego, sin respeto a nada de lo preexistente”. Como bien resumía desde su exilio mexicano el médico y científico José Puche Álvarez, “lo que se perdió en la guerra no fue sólo un Gobierno, sino toda una cultura”.

FUENTE: ctxt.es
Miguel de Lucas
26/07/2017
La II República consiguió sacar adelante su proyecto educativo, logrando que la enseñanza fuera laica, mixta, pública, gratuita y obligatoria, gestionada por el estado y no por la Iglesia. Ése sería uno de los principales motivos de su caída, ya que, la Iglesia, al haber sido desposeída del control de la educación, apoyaría descaradamente a los sediciosos que, una vez ganada la guerra civil, devolverían el favor entrégandole de nuevo el control de la enseñanza entre otras muuuuuuchas cosas.

Ese "sagrado" poder, otorgado de nuevo a la Iglesia, de manipular las mentes a su antojo, llega hasta nuestros días. Fíjense sí no en la cantidad de meapilas que nos gobiernan.

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